Uno de los grandes
misterios de las últimas décadas ha sido el cómo hacen los gobernadores del
Estado de México para ser tan poderosos cuando la mitad, o más, de sus
gobernados viven un infierno día con día.
Miles
de crónicas sobre Neza, Chimalhuacán, Los
Reyes, Chalco, Ecatepec, el oriente en general, lo han expuesto desde los
noventa. Asesinatos, ejecuciones, asaltos y violaciones en el transporte
público, colonias dominadas por criminales, extorsiones, robo con violencia, narcomenudeo, trata de
personas: cuántos testimonios hemos escuchado sobre esa parte del territorio
mexiquense en tiempos de Chuayffet, Camacho, Montiel, Peña Nieto, Eruviel
Ávila.
Algo,
sin embargo, se acaba de descomponer, o el problema rebasó toda proporción,
porque las estrategias de comunicación para mantener la desgracia en un bajo
perfil ya no alcanzan.
Los
gobernantes mexiquenses han sido hábiles para manejar el discurso claudicante
de que estadísticas delictivas tan altas tienen que ver, si y solo si, con que
la entidad es la más poblada del país. Ya no alcanza.
El
Sistema Nacional de Seguridad Pública, por ejemplo, actualizó cifras a febrero.
Tomo solo robo de vehículo, con o sin violencia: 4 mil 685 casos con violencia
en lo que va del año y 4 mil 263 sin violencia. El promedio marca
consistentemente por encima de los 2 mil robos mensuales desde que Eruviel
Ávila asumió el gobierno (septiembre 2011).
Y esos
son vehículos, medibles. Qué dirían los números en los ¿cientos, miles? de
asaltos diarios en peseros y camiones.
Un
infierno que la propaganda ya no puede tapar.
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