Estado de Mexico.- Cuántas veces
no he escuchado frases y excusas como las del inicio; cuántas veces no he sido yo la que se excusa bajo
esas palabras para quedarme callada y dejar que todo pase, pues a fin de
cuentas a mí no me pasó, hasta que me pasó.
Eran aproximadamente las 10 de la mañana de un lunes
“cualquiera”, un día demasiado bochornoso, los minutos pasaban y yo iba a bordo
de una camioneta Sprinter con ruta San Vicente, municipio de Chicoloapan, a
Aeropuerto, estación de la Línea 1 del Metro.
“¡Súbale, lleva lugares, servicio directo!” Gritaba el
despachador para que en pocos minutos la combi se llenará y pudiera continuar
con el camino. Ignorando las palabras del pregonero, simplemente subí y tomé
asiento hasta la parte de atrás, uno de los lugares menos incómodos de ese
hacinador de pasaje.
Por cada kilómetro que pasaba el calor aumentaba y con él,
el bochorno dentro de la unidad, parada tras parada uno y otro pasajero, hasta
que alguien se sentó junto a mí. Poco tiempo pasó cuando mis ojos ya iban
cerrados, mientras pensaba en todos los pendientes que tendría para ese día,
llegó un punto donde el sueño cobro factura por las pocas horas que había
dormido.
Minutos y minutos, kilómetros y más kilómetros,
conversaciones y ruidos que quedarían en ese lugar… De pronto, un ligero
movimiento cerca de mi muslo derecho, no le tomo importancia pues entre baches
y el pequeño espacio que hay, pienso en todas las cosas que llevo en la mochila
y algo debió ajustarse y rosarme.
Más minutos, más ruido y de pronto, algo tibio acaricia mi
muslo.
“¡Alerta, algo se ha salido de control!”, mi instinto hace
que abra los ojos, mire hacia abajo y descubra una asquerosa e incipiente mano
quitándose sutilmente para no ser descubierta.
“¡Hijo de puta!”, “¡No, no puede estar pasando otra vez!”,
quizá fueron los primeros pensamientos que vinieron a mi mente, y ya alejada
unos insignificantes centímetros de aquel detestable hombre, lo miré y no sabía
qué hacer, presa del miedo, la angustia y la rabia.
Los pensamientos de reacción llegaban uno tras otro, segundo
a segundo: “¡Grita y patéalo!” “Pido ayuda y lo denuncio”, “¿Y si me ataca?”,
“Bájate aquí, estar lejos es más seguro”, “¿Y si me bajo y me sigue?”
Un vaivén de emociones, las manos me temblaban, no sabía qué
hacer mientras la combi seguía su camino sobre Avenida Ignacio Zaragoza. La
música del celular seguía y seguía, sin saber qué hacer me dispuse a tomarle
fotografías al tipo mientras éste fingía dormir.
Aún temblorosa pero decidida a no bajar la voz y dejar pasar
una agresión que, nueve de cada 10 mujeres que utilizamos el transporte
público, nos enfrentamos a diario, me levanté y aún junto a él, le grité
temblorosa: “¡Eres un hijo de puta!”, la combi queda en silencio y los
pasajeros voltean a vernos.
El poco hombre me deja pasar hacia el pasillo y cuando lo
tengo de frente lo miro y espeto “¡Pinche mierda, qué te pasa!”
El encasillado hombrecillo desvía la mirada y escupe las
palabras más estúpidas y cobardes: “Perdón, no te vi cuando pasaste”.
“¿Eres pendejo, imbécil, estúpido?” Es lo primero que pienso
cuando escucho sus huecas palabras, si el miserable sabía perfectamente lo que
hacía y cómo lo hacía.
Me es aterrador cuando vuelvo a conectar con la realidad y
me doy cuenta que todo sigue igual, un silencio y múltiples miradas que caen
sobre mí pero nadie dice nada, nadie decimos nada, nunca hacemos nada “pues ni
pedo, eres mujeres y siempre pasa”, “mejor acostúmbrate y ponte a las vivas”.
Tal como lo escribía otra colaboradora hace un par de
semanas: “Ponte lista”, pues en este país donde los feminicidios quedan impunes
y son perpetrados a plena luz del día, ¿qué puede significar un toqueteo, un
arrimón, un manoseo, una mirada perversa? Aún resulta más repugnante saber que
ante estas situaciones del “día a día”, nos excusamos para no hacer nada pues
“en esos casos ni te puedes meter porque no sabes qué te puede pasar”.
Además, ¿para qué preguntar o para qué entrometerse si todos
llevamos prisa, todos debemos cumplir un horario de trabajo y ya es tarde?
La rabia e impotencia me invadían, descender de la combi no
me tranquilizó ni me hizo sentir segura al estar alejada de mi agresor, pensé
en pedir ayuda a una patrulla y levantar una denuncia, pero siendo realistas y
saber que al intentar poner mi denuncia ante un Ministerio Público, éste me
haría desistir y mejor me ahorraría el tiempo que tendría que invertir para
continuar con el proceso, para ello existe la eficaz negociación del perdón antes
de iniciar un engorroso trámite, estadística para ellos.
Efectivamente, una estadística de casos que, como muchos, se
pierden por la poca o nula agilidad de aquellos que están para aplicar ya no la
justicia simplemente sino la ley que “nos ampara”.
Siendo realistas, no había mucho que hacer pues vivimos bajo
el nuevo Sistema de Justicia Penal, celebrado y aplaudido para quienes sí
existe la justicia y lo digno, para los que no se tienen que enfrentar a los
altos índices de violencia y corrupción de este país.
De nada me sirve hacer públicas unas fotos que, a mi
parecer, solo alimentan el morbo y poco se puede hacer cuando la unión, el
escarnio, la crítica y la justicia se quieren aplicar a través de las redes
sociales y lo real, lo tangible, donde vivimos, lo que sí nos afecta, ahí es
donde nadie se mete, nadie alza la voz porque nunca sabes qué te puede pasar.
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