Desde hace treinta y cinco años los mexicanos hemos estado en el debate acerca de la construcción de la democracia. Todos estos años hemos sido eficaces para articular una nueva y compleja burocracia de la que ha salido el Gobierno Federal, con lo que todos supusimos que la
legitimidad y credibilidad en los resultados electorales quedaría garantizada.
A pesar del tiempo y los miles de millones de pesos empleados para que el sistema electoral mexicano sea confiable, bastó que un candidato cuestionara la objetividad de los resultados electorales para que algunos dudaran sobre el esfuerzo nacional por construir la democracia mexicana.
El cuestionamiento que Andrés Manuel López Obrador hizo sobre la transparencia de las elecciones del pasado 1 de julio, antes de conocer los resultados electorales definitivos, podría convertirse en un instrumento de discordia y confrontación entre los mexicanos.
Algunos grupos de simpatizantes y seguidores de Andrés Manuel López Obrador tienen pendiente la asignatura de la tolerancia, al admitir como ciertas las dudas que cuestionan la eficacia de las instituciones públicas y los procedimientos para avanzar en el vencimiento de la resistencia al cambio.
Debemos hacer conciencia de que los únicos resultados que cuentan son los que proporciona el Instituto Federal Electoral y valida el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, una vez agotados los procedimientos legales suscitados en el proceso electoral. Cualquier otra información acerca de los resultados debemos tomarla con reserva, ya que el conteo del total de las boletas, en nuestro sistema de elección popular es el único que cuenta.
El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación fue creado para aplicar la ley creada por los partidos para disputar el poder y para ponerle un límite al proceso que podría correr el riesgo de entrar en una espiral en la que cada parte afirmaría su propia versión. Por ello el fallo del TEPJF es final e inatacable. Es la Institución encargada de poner el punto final al ciclo sexenal de la sucesión presidencial en México.
El Tribunal Electoral, ordenó el cierre de instrucción del juicio de inconformidad del Movimiento Progresista en que se demandaba la invalidez de la votación del proceso electoral y en sesión pública se dio respuesta a cada uno de los siete agravios expuestos por el Movimiento Progresista.
Los argumentos ofrecidos por los magistrados establecieron que la demanda de nulidad de la elección no tiene fundamento alguno y las pruebas ofrecidas no prueban los agravios planteados en su demanda, el TEPJF aprobó por unanimidad el dictamen que declaró infundada la pretensión de nulidad de la elección presidencial impulsada por la coalición Movimiento Progresista.
Andrés Manuel López Obrador, anunció que no reconocerá a “un poder ilegítimo surgido de la compra del voto; aceptar tal circunstancia sería ir en contra de la voluntad de millones de mexicanos que defienden la democracia”. Expuso que las elecciones no fueron limpias ni libres, “en consecuencia, no voy a reconocer un poder ilegítimo surgido de la compra del voto y de otras violaciones graves a la Constitución y a las leyes”.
Al continuar el trámite protocolario del cómputo final de la elección presidencial el TEPJF en sesión pública emitió la resolución del cómputo final y la calificación de la elección presidencial del 1 de julio pasado y declaró Presidente electo de México a Enrique Peña Nieto.
La siembra de la desconfianza sobre la eficacia de las instituciones públicas y la necesidad que algunos sienten de vencer al PRI para que podamos afirmar que a México llegó la democracia, es una falsedad que condiciona el resultado de un evento a la imposición de una voluntad personal.
En la democracia no se vale que quien participa en busca del voto para ocupar un puesto de elección popular, diga que las reglas del juego no se cumplen y que además advierta sobre posibles brotes de inconformidad y violencia social porque los resultados no le favorecieron. Eso es terrorismo propagandístico y su antídoto es la información que desenmascara las intenciones de los manipuladores y la recomendación de no hacer el juego a la provocación, manteniendo una actitud prudente y tolerante ante los que desean ejercer su derecho a los gritos, sombrerazos y pataleos.
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